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Es Doctor en Ciencias Filológicas y Licenciado en Lengua Española y Literatura Hispánica por la Universidad de La Habana, además de poseer un Ph. D. en Español por la Florida Internacional University. En la actualidad enseña Inglés como Segunda Lengua en el Miami-Dade Community College, en el Wolfson Campus. Es conocido por su biografía Casal (1981), toda una contribución a los estudios sobre el poeta decimonónico cubano, y a las letras insulares en general.
Ha publicado, entre otros títulos importantes: Un deslinde necesario (1978), La extraña fiesta (1981, Premio de Poesía de la Universidad de La Habana en 1979), Reclamos y presencias (1983), El oro de los árboles (1984), La frente bajo el sol (1988), Junto al álamo de los sinsontes (1988 y 1989, Premio Casa de las Américas de literatura infantil en 1988), Con la abrupta esperanza del amor (1991), José Lezama Lima. Poesía (1992), Blanco sobre blanco (1993) y Sólo ardiendo (1995). Tiene inédito el poemario Sobre la brevedad de la ceniza, ganador en el 2002 del I Premio de Poesía Eugenio Florit, convocado en Miami.
AL TIEMPO EN QUE ME BORRO
Que en algunos de mis poemas
las palabras tengan el tenso brillo
de este primer día de agosto, y el esmalte
del juguete perdido entre la hierba.
Que en otros haya la medida
secreta, el ritmo de mi propio pecho
al respirar, recién amanecido.
Cuántos habrá que sólo valgan
por ofrecerles eco
a los de oscura luz, a los de clara sombra.
Un tanto de belleza compartible,
un poco de secreto para mi propio regocijo,
y el diezmo que reclama la noble preceptiva
para dar voz al tiempo en que me borro, como un poeta.
DESDE EL TENAZ SILENCIO
Siento crecer junto a mi tiempo
el tiempo estricto de los otros,
como un manto sin augurios,
que cae sobre mis hombros.
Quienes ganaron ya la sed del polvo
están viviendo en mí.
Sus rostros esparcidos
miran desde mi rostro,
como bestias oscuras que recuerdan
el sitio de morir.
Con estos rotos signos
vengo desde el tenaz silencio,
como un extraño más que deja
sus palabras
en un papel sin firma
cuando el alba
es una mancha pálida
en los ojos del último paseante,
con la certeza del poema
que no sabré escribir.
BLANCO SOBRE BLANCO
He escrito árboles, plantado hijos,
engendrado libros:
¿por qué no morir?
Y antes aún: ¿por qué
no estar sereno
de este afán por descender
adónde?
Comencé a hablar
hace ya tanto,
y sé que en algún sitio
alguien
escucha mi señal, la anota,
la traduce a otro lenguaje
-¿el verdadero?
Pero no sé más, no veo
el rostro, no escucho
la respuesta.
¿Acaso no es bastante
colmar a la mujer,
dar amparo al niño,
desear la bondad
y la belleza?
Mis árboles, mis hijos
y mis libros
no responden:
el lenguaje
se me quiebra
entre los versos,
pero sigo, bajo, ahondo,
escapo, busco, adónde,
qué:
no hay mar ni cielo,
sino un vacío blanco
sobre blanco,
semejante a la nada.
EL QUE SE ALEJA
El poeta, en el alba,
ha vuelto a ser el que se aleja
confiándose a los árboles
que la luz humedece,
escuchando las voces
que le reclaman permanencia
para seguir creciendo de su amor,
para seguir hablándole al oído
este lenguaje que él traduce
en cantos o en silencio.
DE UNA NOCHE
La vida, ¿es este viaje?
La intemperie, el lugar seguro,
la intemperie otra vez.
Tú lo sabías ya cuando escogiste
el húmedo silencio de los árboles
y encontraste la voz que entre ellos
te esperaba
para hacerse tu voz, la que ha llamado
en ti
sabiendo que no habría respuesta,
sino voces que esperan ser halladas
para seguir llamando en soledad,
altivo coro
de los que no regresan.
Pero la vida
es este viaje,
y no hay llegada:
sólo sitios seguros de una noche
borrándose en el alba.
SONATA
La puerta de mi casa está cerrada.
Adentro están mis hijos y mi padre.
Mi madre, mis amigos y mi perro.
Y el cuerpo del amor: todas sus sombras.
Adentro crecen árboles y ríos,
y unos veloces potros ya sin dueño.
Y se escuchan palabras, y alguien nace.
Y todos están muertos, y la hierba
es cada vez más verde.
Y todos cantan.
De pie sobre las hojas amarillas,
los estoy acechando desde un sueño.
Y siento que me sueñan, y que hay alguien
que viene a abrir la puerta:
Los dos sueños
se encienden como el día entre los pinos,
cegando a los de adentro y al de afuera
en una sola muerte.
O un nuevo sueño.
SOBRE LA BLANCA LUZ DE UNA CUARTILLA
Amé a los animales y a los árboles
y a los hondos caminos de la tierra.
Estuve en amistad con el silencio
y conocí en la voz de la materia
el reclamo de Dios, y de la nada.
Cuando cerré los ojos de mis padres
sentí lo que sentía al enterrar,
para que dieran vida, unas semillas.
Los mejores amigos fueron míos,
y sé que una mujer va por el mundo
ya para siempre niña en mis palabras.
Me acompañó el amor en soledad
y regresé a mi hogar en la intemperie.
Un día me dijeron que jamás
podría decir esto, la sencilla
plenitud de vivir en la alegría.
Jamás, hasta esta noche en que lo escribo
como quien va a morir y permanece.
UNA SOLA PALABRA
No creo en las palabras:
las he visto borrarse
apenas se agrupaban
como guerreros solitarios
cercados por las fauces de la nada:
herirse unas a otras
como hermanas henchidas de avaricia:
las he visto afirmar,
negar,
mentir
al pie de los altares y patíbulos.
Han venido a mis manos
como animales fieles
sedientos de esperanza
-y me han dejado solo,
como fieras que vuelven a los bosques
saciadas de su presa.
Cuando la noche cae
y la intemperie arrecia
en torno, sin embargo,
les ofrezco el silencio en que me ahondo
para que aniden:
sierpes
listadas de oro y negro:
hermosas como frascos de veneno
entre las manos del amor.
Sus dislocadas sílabas regresan
como sombras dementes,
pidiéndome razón que las retenga unidas
mientras la ronda gira y pasa:
voz
que las devuelva al agua,
al fuego, al aire y a la tierra:
verdad donde apagarse
hasta estallar de luz
y ser palabra sola:
una sola palabra:
pura
como el grito de Dios contra la nada.
SOBRE LA BREVEDAD DE LA CENIZA
He conocido el frío
del fuego que se apaga
en medio de la noche
y siente las estrellas,
altas,
ardiendo eternamente
sobre la brevedad de la ceniza.
Y he dado al fuego las palabras,
como el ciego que ofrece su única
respuesta
al severo reclamo de la luz.
MIENTRAS SE ROMPEN LAS PALABRAS
Dejar el último poema
frente al mar de la tarde,
cuando ascienden
las primeras estrellas sobre el Golfo,
y no escuchar después sino el silencio
que me acoge, por fin, como las olas:
vida tras vida,
llamarada
abriéndose en mi frente
mientras se rompen las palabras.
DE UN FRÍO AL OTRO
Tembloroso y desnudo
como un recién nacido
o un condenado a muerte,
el poema está ya sobre la hoja
-que acogerá su desamparo
o segará su cuello.
Temblorosa y desnuda
entre el muro y la espada,
está la vida, el animal sangrante
que se apresta a saltar
de un frío al otro de la nada.
MUERTE Y RESURRECCIÓN
¿Y si acaso esta tarde
-Mientras la melodía secreta del invierno
Transcurre como el río de los siglos,
Y el crujir de tus pasos en la hierba
Se ahonda en soledad-
Dejara de latir tu corazón?
Tan sólo eso, que dejara
De contraerse y dilatarse en armonía
Con las sístoles y diástoles del universo,
Y un oscuro silencio sobreviniera entonces,
Y te quedaras ciego, sordo y mudo
-Las manos sobre el pecho, como fronteras ávidas
De retener el aire que se escapa:
Ya sólo cuerpo:
un cuerpo solo
Entre la interrumpida música,
Entre la interrumpida luz,
Entre el interrumpido roce de tu ser
con las cosas
Que sería -¿cómo decirlo de otro modo?-
Tu caída en la muerte,
y no escucharas nada,
Y no se dilataran tus pupilas
Al golpe de otra luz,
Ni tus manos asieran otra forma,
Y pasaran -eternos y fugaces-
Los siglos y crepúsculos y pájaros,
Y la música toda que ya no aprenderás,
Y las formas que ya nunca aprehenderás,
Y los nombres que no te servirán
para llamar a nadie,
Y el fulgurante río de universos
Como barcas que mira alejarse un niño absorto,
Y entonces -¿cómo decirlo de otro modo?-
Tu detenido corazón se contrajera
Al inundarlo la sangre de Dios,
Tu detenido corazón se dilatara
Al desbordarlo la sangre de Dios,
Y latiera,
latiera en otro golpe
De música, de luz, de tacto ávido y total
Como late y se dilata un universo,
Sin que nadie sintiera
Pasar, como una sombra, la palabra,
Sin que los siglos y crepúsculos y pájaros
Se dieran cuenta alguna
De que tu corazón se había detenido
Sobre la abierta cuchilla de la nada,
Salvo -tal vez- tu perro,
Que tiraría de la cuerda,
jubiloso
De seguir juntos el camino.
ENCORE
Terminado el concierto
y ardiendo los aplausos, el solista
en medio de la luz se inclina,
las manos en el pecho, y tensa
el arco:
aún
no se ha apagado el canto,
aún
se trenzará la voz con el silencio,
aún
la vida se hará luz fluyendo en melodía,
aún:
seco, sobre las cuerdas,
el golpe, el tajo, el pulso
vibra, se extiende, asciende
en un grito de entraña sofocada,
un imposible agudo que no cesa
hasta quebrar las pálidas sonrisas:
una implacable disonancia
como una cuchilla saja el aire
desde la mano diestra en dispensar belleza:
aún,
aún,
aún
no todo estaba dicho:
faltaba la verdad,
y es ésta.
PARA CRUZAR LAS AGUAS
De pronto vi a un anciano junto al río:
una figura breve,
erguida como un junco en la otra orilla.
Y me tendió la mano,
como para apartar el agua
entre ambas márgenes
-la suya bajo el fuego del crepúsculo,
la mía en sombra ya, apagándose.
Y su mano tembló
como una paloma entre la luz,
y vino en vuelo hasta la mía.
Y fue una mano niña
lo que estrechó mi mano,
y todo lo demás era silencio:
mi propia mano asiéndome
para cruzar las aguas.
AL TIEMPO EN QUE ME BORRO
Que en algunos de mis poemas
las palabras tengan el tenso brillo
de este primer día de agosto, y el esmalte
del juguete perdido entre la hierba.
Que en otros haya la medida
secreta, el ritmo de mi propio pecho
al respirar, recién amanecido.
Cuántos habrá que sólo valgan
por ofrecerles eco
a los de oscura luz, a los de clara sombra.
Un tanto de belleza compartible,
un poco de secreto para mi propio regocijo,
y el diezmo que reclama la noble preceptiva
para dar voz al tiempo en que me borro, como un poeta.
DESDE EL TENAZ SILENCIO
Siento crecer junto a mi tiempo
el tiempo estricto de los otros,
como un manto sin augurios,
que cae sobre mis hombros.
Quienes ganaron ya la sed del polvo
están viviendo en mí.
Sus rostros esparcidos
miran desde mi rostro,
como bestias oscuras que recuerdan
el sitio de morir.
Con estos rotos signos
vengo desde el tenaz silencio,
como un extraño más que deja
sus palabras
en un papel sin firma
cuando el alba
es una mancha pálida
en los ojos del último paseante,
con la certeza del poema
que no sabré escribir.
BLANCO SOBRE BLANCO
He escrito árboles, plantado hijos,
engendrado libros:
¿por qué no morir?
Y antes aún: ¿por qué
no estar sereno
de este afán por descender
adónde?
Comencé a hablar
hace ya tanto,
y sé que en algún sitio
alguien
escucha mi señal, la anota,
la traduce a otro lenguaje
-¿el verdadero?
Pero no sé más, no veo
el rostro, no escucho
la respuesta.
¿Acaso no es bastante
colmar a la mujer,
dar amparo al niño,
desear la bondad
y la belleza?
Mis árboles, mis hijos
y mis libros
no responden:
el lenguaje
se me quiebra
entre los versos,
pero sigo, bajo, ahondo,
escapo, busco, adónde,
qué:
no hay mar ni cielo,
sino un vacío blanco
sobre blanco,
semejante a la nada.
EL QUE SE ALEJA
El poeta, en el alba,
ha vuelto a ser el que se aleja
confiándose a los árboles
que la luz humedece,
escuchando las voces
que le reclaman permanencia
para seguir creciendo de su amor,
para seguir hablándole al oído
este lenguaje que él traduce
en cantos o en silencio.
DE UNA NOCHE
La vida, ¿es este viaje?
La intemperie, el lugar seguro,
la intemperie otra vez.
Tú lo sabías ya cuando escogiste
el húmedo silencio de los árboles
y encontraste la voz que entre ellos
te esperaba
para hacerse tu voz, la que ha llamado
en ti
sabiendo que no habría respuesta,
sino voces que esperan ser halladas
para seguir llamando en soledad,
altivo coro
de los que no regresan.
Pero la vida
es este viaje,
y no hay llegada:
sólo sitios seguros de una noche
borrándose en el alba.
SONATA
La puerta de mi casa está cerrada.
Adentro están mis hijos y mi padre.
Mi madre, mis amigos y mi perro.
Y el cuerpo del amor: todas sus sombras.
Adentro crecen árboles y ríos,
y unos veloces potros ya sin dueño.
Y se escuchan palabras, y alguien nace.
Y todos están muertos, y la hierba
es cada vez más verde.
Y todos cantan.
De pie sobre las hojas amarillas,
los estoy acechando desde un sueño.
Y siento que me sueñan, y que hay alguien
que viene a abrir la puerta:
Los dos sueños
se encienden como el día entre los pinos,
cegando a los de adentro y al de afuera
en una sola muerte.
O un nuevo sueño.
SOBRE LA BLANCA LUZ DE UNA CUARTILLA
Amé a los animales y a los árboles
y a los hondos caminos de la tierra.
Estuve en amistad con el silencio
y conocí en la voz de la materia
el reclamo de Dios, y de la nada.
Cuando cerré los ojos de mis padres
sentí lo que sentía al enterrar,
para que dieran vida, unas semillas.
Los mejores amigos fueron míos,
y sé que una mujer va por el mundo
ya para siempre niña en mis palabras.
Me acompañó el amor en soledad
y regresé a mi hogar en la intemperie.
Un día me dijeron que jamás
podría decir esto, la sencilla
plenitud de vivir en la alegría.
Jamás, hasta esta noche en que lo escribo
como quien va a morir y permanece.
UNA SOLA PALABRA
No creo en las palabras:
las he visto borrarse
apenas se agrupaban
como guerreros solitarios
cercados por las fauces de la nada:
herirse unas a otras
como hermanas henchidas de avaricia:
las he visto afirmar,
negar,
mentir
al pie de los altares y patíbulos.
Han venido a mis manos
como animales fieles
sedientos de esperanza
-y me han dejado solo,
como fieras que vuelven a los bosques
saciadas de su presa.
Cuando la noche cae
y la intemperie arrecia
en torno, sin embargo,
les ofrezco el silencio en que me ahondo
para que aniden:
sierpes
listadas de oro y negro:
hermosas como frascos de veneno
entre las manos del amor.
Sus dislocadas sílabas regresan
como sombras dementes,
pidiéndome razón que las retenga unidas
mientras la ronda gira y pasa:
voz
que las devuelva al agua,
al fuego, al aire y a la tierra:
verdad donde apagarse
hasta estallar de luz
y ser palabra sola:
una sola palabra:
pura
como el grito de Dios contra la nada.
SOBRE LA BREVEDAD DE LA CENIZA
He conocido el frío
del fuego que se apaga
en medio de la noche
y siente las estrellas,
altas,
ardiendo eternamente
sobre la brevedad de la ceniza.
Y he dado al fuego las palabras,
como el ciego que ofrece su única
respuesta
al severo reclamo de la luz.
MIENTRAS SE ROMPEN LAS PALABRAS
Dejar el último poema
frente al mar de la tarde,
cuando ascienden
las primeras estrellas sobre el Golfo,
y no escuchar después sino el silencio
que me acoge, por fin, como las olas:
vida tras vida,
llamarada
abriéndose en mi frente
mientras se rompen las palabras.
DE UN FRÍO AL OTRO
Tembloroso y desnudo
como un recién nacido
o un condenado a muerte,
el poema está ya sobre la hoja
-que acogerá su desamparo
o segará su cuello.
Temblorosa y desnuda
entre el muro y la espada,
está la vida, el animal sangrante
que se apresta a saltar
de un frío al otro de la nada.
MUERTE Y RESURRECCIÓN
¿Y si acaso esta tarde
-Mientras la melodía secreta del invierno
Transcurre como el río de los siglos,
Y el crujir de tus pasos en la hierba
Se ahonda en soledad-
Dejara de latir tu corazón?
Tan sólo eso, que dejara
De contraerse y dilatarse en armonía
Con las sístoles y diástoles del universo,
Y un oscuro silencio sobreviniera entonces,
Y te quedaras ciego, sordo y mudo
-Las manos sobre el pecho, como fronteras ávidas
De retener el aire que se escapa:
Ya sólo cuerpo:
un cuerpo solo
Entre la interrumpida música,
Entre la interrumpida luz,
Entre el interrumpido roce de tu ser
con las cosas
Que sería -¿cómo decirlo de otro modo?-
Tu caída en la muerte,
y no escucharas nada,
Y no se dilataran tus pupilas
Al golpe de otra luz,
Ni tus manos asieran otra forma,
Y pasaran -eternos y fugaces-
Los siglos y crepúsculos y pájaros,
Y la música toda que ya no aprenderás,
Y las formas que ya nunca aprehenderás,
Y los nombres que no te servirán
para llamar a nadie,
Y el fulgurante río de universos
Como barcas que mira alejarse un niño absorto,
Y entonces -¿cómo decirlo de otro modo?-
Tu detenido corazón se contrajera
Al inundarlo la sangre de Dios,
Tu detenido corazón se dilatara
Al desbordarlo la sangre de Dios,
Y latiera,
latiera en otro golpe
De música, de luz, de tacto ávido y total
Como late y se dilata un universo,
Sin que nadie sintiera
Pasar, como una sombra, la palabra,
Sin que los siglos y crepúsculos y pájaros
Se dieran cuenta alguna
De que tu corazón se había detenido
Sobre la abierta cuchilla de la nada,
Salvo -tal vez- tu perro,
Que tiraría de la cuerda,
jubiloso
De seguir juntos el camino.
ENCORE
Terminado el concierto
y ardiendo los aplausos, el solista
en medio de la luz se inclina,
las manos en el pecho, y tensa
el arco:
aún
no se ha apagado el canto,
aún
se trenzará la voz con el silencio,
aún
la vida se hará luz fluyendo en melodía,
aún:
seco, sobre las cuerdas,
el golpe, el tajo, el pulso
vibra, se extiende, asciende
en un grito de entraña sofocada,
un imposible agudo que no cesa
hasta quebrar las pálidas sonrisas:
una implacable disonancia
como una cuchilla saja el aire
desde la mano diestra en dispensar belleza:
aún,
aún,
aún
no todo estaba dicho:
faltaba la verdad,
y es ésta.
PARA CRUZAR LAS AGUAS
De pronto vi a un anciano junto al río:
una figura breve,
erguida como un junco en la otra orilla.
Y me tendió la mano,
como para apartar el agua
entre ambas márgenes
-la suya bajo el fuego del crepúsculo,
la mía en sombra ya, apagándose.
Y su mano tembló
como una paloma entre la luz,
y vino en vuelo hasta la mía.
Y fue una mano niña
lo que estrechó mi mano,
y todo lo demás era silencio:
mi propia mano asiéndome
para cruzar las aguas.