domingo, 9 de mayo de 2010

Heriberto Hernández Medina: (Camajuaní, Cuba, 1964)

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Poeta y Crítico de arte. En 1987 se gradúa de Arquitectura. Ha publicado los libros de poesía: "Poemas" Ediciones Matanzas, 1991, "Discurso en la Montaña de los Muertos" Ediciones Unión, 1994, "La Patria del Espejo" Ediciones Unión, 1994, "Los Frutos del Vacío" Ediciones Matanzas, 1997, "Los Frutos del Vacío" Linkgua Ediciones, 2006, “Verdades como templos” Iduna Ediciones, 2008, "Los Frutos del Vacío" Bluebird Editions, 2008 y "Las sucesivas puertas, el frágil aire eterno" Bluebird Editions, 2009. Ha recibido el Premio "DAVID" de la UNEAC, 1989 y el Premio Internacional de Poesía “Nicolás Guillén” 2006.
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LAS SUCESIVAS PUERTAS, EL FRÁGIL AIRE ETERNO
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quaestio disputata
¿Por dónde va el camino a la habitación de la luz?
JOB 38.19
Vuelto hacia el mar que la verdad propone,
hacia el tiempo vulgar en que adolece, combada el alma,
su mortal sosiego,
embarga del recuerdo el arco efímero
de trascendida historia a cruel halago.
No basta el infinito
mar de oscuros espejos y armas nobles
que hundir en sal pudiera
las islas del recuerdo, las sombras y los libros.
Es frente al mar que el hombre
del ocio al singular clamor del agua renaciendo
negará el turbio círculo,
equívoco, en oro renovado.
Imagen y hombre, en ambos dividido
cual cuerpo y alma o páramo y silencio,
a un largo viaje apresta el hombre otro,
que ha partido en silencio hacia su imagen,
la imagen triste
que a lamentarse de sus armas vuelve.
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I
...del tiempo no podremos en la corriente inmensa anclar alguna vez?
ALPHONSE LAMARTINE
No es este ni será este mi cuerpo cuando haya amanecido,
en él podré rendirme, objeto de la duda.
En la primera puerta hemos de entrar desnudos,
es la puerta del polvo, hacia el polvo
que atesora los grises objetos del recuerdo,
los recuerdos mortales de nuestros magros bienes.
Cuán desolados, oscuros
los patios arbolados en que a la luz colmamos
de palabras y elogios la vid de los sentidos.
No es éste
ni serán estas las aguas que han de purificarle,
es sólo el tiempo en agua diluido,
aguas para el aseo y la sed más amarga,
sed de las fiebres y las ambiciones.
Arrastra, agua sórdida y lenta,
los paseos oscuros al borde de la nada,
los más bellos objetos; destruye,
anega en el silencio
las maderas del ocio, las cartas, las palabras.
Hemos sembrado el placer y el dolor, sus sutiles ramillas,
sus sombras que apenas podemos distinguir,
hemos recogido sus frutos
y nadie podrá decir que hemos comido
de este o aquel con más fruición.
Las paredes, las lozas pulidas y húmedas del piso,
nada hay más parecido
al vacío discurso borrado por la ausencia.
Aguas del desastre,
habéis dejado los muros desnudos de todo lo superfluo,
carne de los recuerdos,
débil como la carne de la historia en los labios.
Cartas desde la ausencia hacia la ausencia,
de ese no estar sin odio
al rencor destronado del cuerpo que eterniza
su reinado fatal,
su perfección de máquina signada por lo innoble.
Hemos recogido los frutos,
hemos comido de unos y de otros y estamos satisfechos.
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II

A mí una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada
me baste.
FRAY LUIS DE LEÓN

Nada alimenta el alma más que el fruto lejano,
sin puertas, sin almenas, en el abierto espacio
el fruto recobrado que la razón no advierte.
De estas mieles no guarda en cántaros para el invierno el hombre,
que es el invierno eterno la ciudad de sus triunfos;
no agota en ellas su sed.
Al fuego, al calor del fuego en el hogar
se olvida todo acto,
el fuego en las praderas del alma
más que en el alimento o en la muerte.
No importa si destruye o eterniza, hemos de renunciar
incluso a las cenizas,
a los mantos que cubren el cuerpo y la memoria,
que no ha de ser el hombre más que el árbol, su sombra,
más que la bestia, su noble o ruin existencia.
Qué atesorar si todo se deshace,
si los muros no tienen más un fin duradero,
si el fuego, la ardua llama
ha destruido incluso las palabras,
el vino sosegado como la luz en los antiguos libros.
Carne de la duda, ved los recuerdos,
podéis edificar sobre ellos murallas y bastiones,
una ciudad inexpugnable
en que los hombres canten elogios al vacío.
Sangre turbia en que la duda se renueva,
no basta la renuncia,
mirar a la raíz sin escuchar al pájaro que canta entre las ramas;
el canto está en lo alto, sin plumaje ni gloria,
en los prados distantes en que el hombre no funda.
Despojados de todo, cegado el ojo y muertos los sentidos,
queda el silencio, su sustancia breve,
su armonía de páramo
en la ciudad en que la luz no miente.
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III

Los retratos de grandes hombres y mil títulos diversos
GUILLAUME APOLLINAIRE

Son éstas las cartas de mis antepasados,
en una de estas fotos pudiera estar si el tiempo no guardase
su orden irreversible,
su vocación de mayordomo cegado por el polvo
Es este el pedazo de historia que es carne de mi carne.
Son estas parcelas que la bondad y la maldad disponen
para el fruto jugoso o el miserable fruto,
estos los libros de asiento, los tristes registros,
su olor a carne muerta, papel o carne frágil
de las genealogías y de las heredades.
¿Qué hacer, qué cimentar que fuere duradero, perdurable,
sobre la frágil identidad del polvo?
Quien una vez destruye, destruirá dos veces y más,
quien funda, aún sobre el polvo, nada más ha de hacer,
será tan sólo un reflejo del sol sobre los mármoles.
Tras la puerta segunda, resguardo de otros muros
que no agreden siquiera las aguas,
pasea la historia sus verdades,
eternas verdades, enormes verdades,
como la mejor mentira o el más extenso olvido.
Estos, los cetros y los títulos,
los símbolos y honores, materia sacra del árbol de los héroes,
sabia de los orígenes y del fin de la duda;
beber en ella y hacer en silencio amargas y eternas abluciones
no basta, pudiera bastar para escribir dudosos libros,
cálidas crónicas que adornen los labrados archivos,
noble madera.
Cante el ave en lo alto, sople aún el viento,
madure el fruto en los labios,
el fruto simple,
néctar, no del recuerdo, tras la siesta indolente.
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IV

Otros, estimando que es poderoso el sumo bien, o procuran de reinar, o privar con los que reinan. E los que tienen la fama por el bien mayor que todos, procuran, en paz o en guerra, de hacerse gloriosos.
ANICIO MANLIO SEVERINO BOECIO

Desvaríos del alma,
dos hambres como dos fieras a ambos lados de las puertas del ocio,
dos escaleras,
ambas conducen hacia sitios diversos
y en ellas nunca
contestareis dos veces la misma interrogante.
Allí los bloques de piedra recién cortados,
los escapelinos graban y pulen los nombres,
tantos que no podrías siquiera imaginarlo.
Buscarán vuestro nombre entre las lozas grabadas, lo buscarán
aún si lo queréis tan sólo para verlo.
Acá están los nombres de los que ya nadie se recuerda,
los aprendices pulirán las lozas por el reverso
para enchapar los edificios públicos, los palacios
en que agonizan el poder y la gloria.
En tanto, puedes recordar el sitio donde pudiste ser un hombre simple,
un natural hombre con los frutos de su cuerpo y su alma
dados a todas las bondades, aún a las más condenables.
Os habéis sumado a la partida de caza,
cierto entusiasmo por los espacios abiertos, por la brisa
y el ejercicio simple
de obtener el alimento con vuestras propias manos;
puedes ahora olvidarlo,
hay una forma de permanecer en el estar ausente,
una especie de soledad
en la que la luz nada puede ocultar.
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El alimento que no has probado siquiera
ordena sus olores, sus sutilezas nada memorables,
en la mesa de aguardar la más extensa oscuridad,
el espacio de reconciliación en que la noche funda.
No has reparado en los discursos
en que la nada clama por un sitio en cierto modo iluminado,
un doblez en vuestra alma
en que maduren los frutos cualquiera que estos sean,
un doblez
al que se pueda acceder desde una u otra escalera
para encender el fuego.
Las llamas con que el poder se nos ofrece cálido
o se extiende
en suaves y perfumados lienzos sobre las cenizas.
Las llamas en que la gloria teje largos elogios, salutaciones,
o deshila,
con el cuidado de un copista que desvirtúa el patrimonio de ciertos manuscritos,
el tapiz que cubre
los viejos muebles de vuestra idolatría.
Podéis quedaros,
cuando anochezca
regresarás cargado de los olores que pueblan la floresta,
olores de otra sustancia,
y pudieras encontrarte de algún modo perdido.
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V

Ma faim qui d'aucuns fruits ici ne se re'gale
Trouve en leur docte manque une saveur égale
STÉPHANE MALLARMÉ

Es la tercera puerta,
no pudieras decir si te impide marcharte
o te invita a pasar de un modo amable.
Te guarda de lo eterno, no pudieras decirlo.
Fuera, si aceptas que has entrado, que es este un sitio otro
que algo simple define,
hay palabras que debes olvidar,
libros en los que pesa siempre más el vacío.
Te guarda de lo efímero, ¿Cómo explicarlo?
Dentro, si de algún modo rehúsas
extender la mirada más allá del silencio,
hay objetos que has de poner un día en sitios memorables,
predicciones a las que no has de dar crédito alguno.
De un lado u otro, los comercios
abrirán sus puertas, los barcos partirán
perdidos en el crédito de las aguas más turbias
y el té será servido y el pan será cortado y se lavarán los pañuelos
como suelen borrarse ciertas deudas.
En la mesa o el lecho, que una u otra palabra
ambas nombrar pudieran,
se reúnen las bestias, es su reino,
rescribirán las leyes que el hombre ya ha olvidado.
Si acá está el árbol,
la sombra está en el sitio en que lloran tu ausencia,
en que los animales, fieros y nobles,
os hacen sitio y a la vez os niegan.
Puedes estar tendido
bajo el árbol acá o allá en su sombra, no puedes decidirlo,
no podrías mentir y estar ausente.
Es la tercera puerta, siempre ha estado cerrada
y a ambos lados
hay siempre un hombre que sueña con marcharse
y un árbol cuyos frutos maduran sólo en sueños.
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VI

...en el silencio horrible de la sala maldita.
MAURICE ROLLINAT

Soberbia o humildad, montañas de libros
bajo los cimientos de la ciudad
que no alcanzarás a recorrer en el resto de tus días,
montañas de libros
ocultando parte del cielo que es ocultar el cielo todo.
Soberbia o humildad, de igual modo perfecta e ilusoria
letanía nocturna, son estos los himnarios,
estos los libros de oraciones, estos los sitios
en los que puedes prescindir de todo aliento humano,
llenarte de esa engañosa soledad que hacemos de palabras antiguas.
Acá los atlas, los dibujos y apuntes
en que aún sudamos las fiebres del genio y el ingenio,
el vapor de las máquinas, el sonido
del artefacto simple, reloj de arena, péndulo, sextante,
o el monstruoso artefacto, semejanza e imagen
de nuestras ambiciones.
Canta, elogia el instante fecundo del ocio, el desarraigo,
el justo tiempo del desaliento,
de la ventana abierta hacia un vacío simple.
Humildad de algún modo, más sorpresa
en la existencia salobre de los venenos,
en la presunción de los néctares,
en la grácil lectura de la brizna,
en la falaz resistencia de la roca.
Puedes adormecerte en el placer insano
de descifrar cada señal del agua en los recodos,
cada disposición del viento batiendo los velámenes.
Yo he visto arder la vieja biblioteca
innumerables veces en todos estos años,
otras tantas han ardido en mi pecho ciertos libros;
el bibliotecario corre sobre los techos,
clama piedad al cielo ante tanta soberbia, tanto desdén de dios,
tanta muerte en sus ojos vacíos.
En los salones más húmedos
he puesto las hojas y raíces recogidas la pasada estación,
allí están los libros que ya no he de leer,
los olores y el sabor de los frutos
que recuerdo apenas si miro desde la alta ventana.
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VII

Un país como este, no es mío.
¿Qué me ha dado el mundo, además
de este ondular de yerbas?
SAINT-JOHN PERCE

Hemos de recorrer las ruinas,
abrir los sótanos para que entre la luz,
desempolvar los cortinajes, hacer saltar
los cerrojos, romper los viejos cajones.
Esta, aún sostenida en sus herrajes,
puede ser la cuarta puerta, aquella
derribada por el tiempo, la Puerta
de los Leones puede ser, las puertas
de Alcalá o Brandeburgo son, puedes decir que son
la cuarta puerta hacia la nada alucinante que es la historia.
Tendrás la posibilidad de imaginar
cuanto pudiera el hombre construir
al ver las ruinas de cuanto ha destruido.
Nada hemos fundado,
en estas islas todo estaba hecho o deshecho
antes de que hubiésemos abierto los ojos,
nuestra vida se ha ido llenando de sueños ambiciosos o etéreos
palabras, carne de libros y utopías.
Sabias o bellas palabras
que dicen saberlo todo de la muerte, del desamparo;
sirven más las palabras a la sombra, al abismo insondable,
que al natural encanto de lo eterno.
Es este el sitio en que el tiempo juega a no serlo,
en que dios prueba a no estar,
aquí conviven los muertos de ayer y de mañana
y todos cantan y todos aplauden la historia ajena,
la propia historia en una voz desconocida.
Hoy puede ser el día de destruir o de fundar, la hora
de erigirnos verdugos, incendiarios, suicidas
o de tender un puente, extender una manta.
Puede ser este el tiempo
en que se confundan el inicio o el fin,
la vida o la muerte, los recuerdos
o esa otra forma de recordar que es el hastío,
que una isla en medio del mar, en medio de la noche,
puede ser una puerta cerrada, tal vez la cuarta.
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VIII

No hay nadie realmente. Nada vivo. Nada. A tal punto
que las piedras no son más que piedras.
JEAN GENET

No intentes mirar al cielo,
entre una estrella y otra sólo hallarás un espacio vacío,
el sitio en que muy bien pudiera estar
otra vulgar estrella.
Allí, donde el vacío nos hace sentir tan cerca de las bestias,
donde después de la roca está la roca,
donde después de la sal y la ceniza
no hay más que un sabor amargo y algo que se ha perdido,
has de escuchar la voz imperceptible
en que para los hombres canta dios, o lo eterno.
Mintió el hombre un día oscuro
en que lo atormentaba el desaliento, la sed
de una luz diferente
a esa que le recuerda la hoja brillante del arbusto,
el vidrio en la ventana.
Mintió soñando
la perfección que le atormenta, el hombre justo
que quiso ser, que le recuerda
su mezquindad, sus vicios.
Moldeable barro, tierra de los orígenes indefensa
bajo las veladuras de un cielo que era apenas la nada,
arrastrado por las aguas que no eran siquiera una verdad palpable;
hijo de su soberbia, de pasiones innúmeras,
es hoy la carne de un saber innoble,
de un miedo más parecido a la verdad que a lo desconocido.
No intentes mirar al cielo,
allí sólo has de encontrar luces vacías como las ciudades,
estrellas y oscuridades
como en un viejo hotel o una antigua postal.
Escucha, esa música ambigua
puede estar llenando
el espacio iluminado en que habrán de encontrarte,
esa multitud desconocida
puede estar fundando la soledad en que quizás te olviden.
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IX
Vedme, tiemblo. Vedme, vacilo;
ebrio estoy de amor y de espanto.
GABRIELE D`ANNUNZIO
Es esta la mujer, me he refugiado en ella
como entra siempre un día de su vida
en la humedad del templo un hombre solo.
Han pasado los años
y las palabras han dejado de nombrar cosas diversas,
quien dice muchacha ha dicho puerta,
quien dice un nombre de mujer ha dicho puerta y ha grabado un número.
En lo alto de las bóvedas
la humedad ha ido borrando los frescos
retocados innumerables veces por pintores inhábiles;
la luz, es esta la luz de los días de la fundación,
son estas las maderas perfumadas en que se reclinaron
más las fiebres de la juventud que la duda o la fe.
Hemos enfermado, nos hemos debilitado
como estos muros, como estas maderas
que hoy tienen un lustre de sustancia muerta,
que en nada recuerdan sus sensuales olores.
Una puerta abierta
puede ser siempre una puerta inexistente,
un nombre olvidado.
Un número grabado en la madera, cualquiera que este sea,
puede ser un nombre, un simple recuerdo
al que no se puede asignar ya rostro alguno.
Un número, hemos numerado tanto objeto vacío,
hemos vaciado tanto objeto, hemos derramado
tanta miel, tanta sangre
hemos vertido.
Una puerta abierta puede ser hoy
la imprevisible puerta que hemos de cruzar,
nada hay de extraño en ella, nada resguarda,
nada oculta como ciertas palabras.
Apenas nos duele la duda, apenas
hemos de percatarnos
si entramos en un instante que aún desconocemos
o estamos ya en la nada,
si somos ya parte de esa sustancia
que como el agua fluye hacia sí misma,
que está dentro y fuera de sí,
fuera y dentro de todo.
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X

A crowd flowed over London Bridge, so many,
I had not Thought death had undone so many.
THOMAS STEARNS ELIOT

La frágil brisa, que batir no intentara
de antes y ahora los vacíos símbolos, quiebra el espeso muro,
fisura imperceptible.
En tal desgarradura existe el fin,
es esta la cosecha, las espigas cortadas
al filo de la luz que ha de cegarnos.
Extiende el grano, dormiremos sobre él, hemos de alimentarnos
en la noche interminable de olvidar lo perdido;
la frágil brisa que todo lo disuelve.
Nunca menos desnudos, hemos hecho arder nuestros vestidos,
y no el fuego, y no la noche en que se anuncia
una sutil humedad de aguas distantes;
simples vendajes para una herida que nadie apreciaría,
nada de pudor o soberbia, nada de presunción,
simples paños para enjugar la sangre.
Son estas las parcelas, tierra amarga,
en ellas enterraron nuestros padres sus objetos de valor,
sus armas y sus libros, sus cartas;
hemos recogido la primera cosecha, será nuestro lecho,
nuestro abrigo en la noche más larga.
De este sueño, breve quizás y eterno, nada hemos de contar,
nada escribiremos, los hombres correrán hacia el puente,
una multitud como hemos visto, y no bajo el discurso de
la muerte,
y no en las fiebres sumergidos, y no cegados
por las brumas del hambre
que en vilo sobre el agua se sostienen.
Allí estarán todos los rostros conocidos,
recordarás sus nombres, sus bondades,
que en sueño tal, otras cosas se olvidan;
creerás reconocer allí cierta muchacha perdida,
el hermano muerto cantando en el recuerdo, pero entre tantos
¿A cuál gritar su nombre?, ¿Los nombres del pasado,
a quién gritar, si nadie vuelve el rostro?,
¿En qué rostro dolernos si ya apenas existen?
Tomaremos un grano en la mañana, una semilla,
en ella duerme la cosecha siguiente;
duerme esta noche sobre el grano,
doblega el sueño sobre las espigas,
fluirá la sangre, un silencio profundo.
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XI

Muerto estás; arrojaste tu cuerpo y no has hallado aún
forma nueva de existencia.
LIBRO TIBETANO DE LOS MUERTOS

Ésta es la última puerta, nada hay después de ella,
no se entra a sitio alguno al rebasarla, no existe un número
para indicar que es esta entre otras tantas.
Hemos de estar atentos, se abrirá y escucharemos las voces
que intentarán en vano detenernos,
los olores y la humedad que festeja el silencio entre los árboles.
De estas ruinas no exigirá la tierra amarga,
hundimos en ella las manos
y no sabemos ya si son las nuestras,
arrancamos de sus entrañas vanas espigas
y no han alcanzado siquiera a resarcirnos;
basta cuanto hemos muerto, basta
cuanto hemos sangrado
sin que hallamos podido siquiera ver la sangre.
En algún sitio dejamos montones de papeles,
palabras escritas para negar que un día aquí estuvimos,
esta es nuestra heredad, nuestro desprecio
de esas aguas antiguas que edifican y anegan.
Largo tiempo caminamos, nos tendimos
entre las rocas o bajo los árboles,
deshechos dejamos nuestros vestidos, parte de nuestros cuerpos,
nuestros nombres desgastados en los graffiti,
en los registros, actas notariales, materia absurda
en que el olvido ha de saciarse.
Acto final, tal vez fuera este el fin
para el que fuimos hechos, carne de la renuncia.
Tal vez sea este el fin, este el instante
en que todo comienza,
sin árboles, sin algo a que aferrarse,
sin historia, sin dioses,
sin criaturas que puedan parecerse a nosotros.
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XII

La inmutabilidad, porque cuando se ha llegado a la primera causa en que pueden ser conocidas todas las cosas, cesa la investigación de la inteligencia.
SANTO TOMAS DE AQUINO

En los festejos del fin se hace la luz,
lastre de los sentidos;
libre en el mar
toma rumbo hacia el sur, y es el barco incendiado
una razón que parte hacia lo eterno.
Viaje inminente, no hacia la verdad, que no es verdad lo eterno
aún después de la muerte;
inevitable viaje, nos rendiremos
y grande ha de ser la recompensa, extensa
como nuestro descrédito.
Lastre, naufragio de la razón, un descender sin término
en su armonía de aguas inmutables;
la existencia del fruto,
la evidencia de que existen en él los frutos todos,
todos los goces, la música, los pájaros, el libro
que es los libros, la palabra.
Ajenos de todo, de todos olvidados,
existe una ciudad más allá del olvido, inexistente el ojo,
inexistentes, muertos los sentidos y sus falsas verdades
nada hay que buscar, nada es dado
al ejercicio turbio que en la razón reinara.
Nada alimenta el ego, nada anuncia el misterio
en el misterio humilde de la eterna existencia;
¿Qué preguntar entonces?, ¿Qué duda o que silencios
pueden cercar el alma?
Cuán absurdo este tiempo,
cuán absurdo es el reino en que los hombres cantan,
mienten, matan y olvidan
cimentando el equívoco de eludir a la muerte.
Es esta la luz, no puedes verla, la luz eterna
que ha penetrado todos los sitios,
la luz que podríamos imaginar inexistente
pues de ella somos parte.
No podremos verla como nunca imaginamos ver el aire
y en él innumerables veces nos hemos reclinado,
no podremos verla
y en ella existiremos aún sin nuestras sombras.
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solutio

Es pues, evidente, que el alma humana es de tal modo que, si sirve a aquello para lo que existe, viva alguna vez dichosa, libre en verdad de la misma muerte y de toda otra molestia.
ANSELMO DA AOSTA

De ambos caminos el polvo en el costado,
el latido en la sien; de uno y de otro
deudor y de ambos muerto o bendecido;
en el reencuentro yace sosegada
el alma, el trascendido cuerpo que nada teme,
que nada debe,
para el abrazo apresta
la sustancia que en cierto modo fue.
Nada comienza, no es este el día soñado de los hombres,
el día o la hora en que desamparadas criaturas
volverán a los libros,
a la palabra escrita.
En tanto habrá servido
parte de vos a vuestro humilde anhelo,
y algo que no recuerdas
a ejercicios diversos que es mejor olvidar;
así habrá sido la existencia que negaras
y la existencia toda que presientes.
No es este el día, la hora común,
que no hay lugar al desagravio; equívoco o duda
no has de ver, que nada apreciaría
uno u otra, si allí os reconocieran,
y vos tan sólo existes
en la verdad en la que nunca has muerto.
Que si del alimento liberado, de la sed que le abrasa,
de todo esfuerzo o vana idolatría,
y el pez ya no le elude, y el árbol no le ofrece
su inútil sombra acá y en nada siente
el miedo de la ausencia, el vacío mortal de la renuncia;
es pues razón de dicha tal estado
y de este abrazo eterno
un puente, de su paso segregado, reunido en sí y eterno
recorriera.
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